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Ahora, cuando nos consideramos más libres y democráticos que nunca, tenemos que aguantar situaciones tan inverosímiles como la crisis de los refugiados; las mentiras transmitidas por potentes canales de comunicación; la dominación impudorosa del poder económico, cada vez más concentrado; el deterioro intencionado del planeta; o el advenimiento de nuevos movimientos políticos de extrema derecha en los países de la civilizada y pacífica Europa occidental.
La felicidad privatizada llama la atención sobre cómo el universo digital, supremamente concentrado en las redes sociales, en Google, Amazon y Netflix, evita la posibilidad individual y colectiva de promover acciones críticas y democráticas, humanas.